Esta es la crónica de cómo Diego Rivera se movió de lugar, sin darse cuenta, dentro de la voluble topografía de la Internacional Comunista durante la era de Stalin, y cómo ello provocó que fuera expulsado del Partido Comunista Mexicano. La pregunta que queda en el aire es qué tanto se equivocó Rivera en su participación política y si la historia de la izquierda lo ha tratado justamente.
La biografía política de Diego Rivera ha sido escrita
con frecuencia como historia ejemplar aunque negativa. Su lealtad simultánea
al Partido Comunista y al régimen mexicano, que no era comunista:
sus numerosos retratos de potentados, su folclorismo a veces banal, hacen
de su vida el ejemplo por excelencia de por qué los artistas no
deben tener como decía Orozco, "convicciones políticas de
ninguna especie". Octavio Paz remata con una frase lapidaria: "Los casos
de Diego y Frida no deberían ser tema de beatificación sino
objeto de estudio -y de arrepentimiento." Esa imagen pública es
bastante injusta y en buena medida, reproduce el argumento que usó
el estalinismo para el linchamiento moral de Rivera y de muchos otros disidentes:
que era hipócrita, que cometió "errores". Pero lo peor es
la conclusión de Orozco: que las supuestas equivocaciones de Rivera
hacen preferible la abstención de toda política. Ya que Paz
habló de "beatificación" y "arrepentimiento", vale la pena
recordar a un experto en el tema: san Agustín. Reflexionando sobre
la injusticia de la familia, la ciudad y la guerra, este Padre de la Iglesia
afirmó:
Así que todo el que considera con dolor estas calamidades tan grandes, tan horrendas, tan inhumanas, es necesario que confiese la miseria: y cualquiera que las padece, o las considera sin sentimiento de su alma, errónea y miserablemente se tiene por bienaventurado, pues ha borrado de su corazón todo sentimiento humano.
La abstención de la política no garantiza a nadie,
como pensaba Orozco, que estará libre de errores. San Agustín,
que no confiaba su salvación a la política de los hombres,
convenía en que "la vida de la ciudad, efectivamente, no es solitaria,
sino social y política". Para él no se trataba sólo
de salvación y de gloria, sino de una condición para obtenerlas:
la libertad. Las acusaciones contra Rivera se hacen en nombre del liberalismo,
pero se apoyan en una idea francamente autoritaria: que sus errores políticos
(suponiendo que lo fueran) desacreditan a la política toda y hacen
preferible abstenerse de toda política.
BURGUESES Y AGITADORES
Diego Rivera se unió al Partido Comunista Mexicano a fines de 1922. En la ecuación del joven partido político, aún pesaba más lo "mexicano" que lo "comunista", pero cuando entró Rivera las cosas estaban a punto de cambiar. El dominio soviético sobre los partidos comunistas de todo el mundo comenzaba a crecer a través de la Internacional Comunista. Esta última dictaba políticas contradictorias. "La línea" de la Internacional cambiaba con cada congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
En el caso mexicano, la inconsistencia de la Internacional se refería a la alianza con el régimen emanado de la Revolución. Éste podía ser calificado alternativamente de "burgués" o de "revolucionario", pero nunca estuvo claro si era enemigo o aliado. La Internacional podía, a veces, ordenar al PCM que subvirtiera el dominio sobre el movimiento obrero de la oficialista Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM). Entonces los comunistas formaban sindicatos "rojos". Pero cuando los sindicatos "rojos" estaban formados, radicalizados y adoctrinados: cuando habían logrado dividir a los sindicatos oficiales: cuando, en fin, "la línea" había sido seguida con éxito, venía la contraorden desde Moscú. La disciplina internacionalista del PCM exigía entonces que éste promoviera lo contrario que antes: la alianza de sus sindicatos "rojos" con la CROM. Esa disciplina fue suicida. Cuando el PCM se fortalecía por la vía del radicalismo, perdía lo ganado comiéndose sus palabras y aliándose con el régimen. Cuando, por el contrario, ganaba consenso y prosélitos aliándose con el régimen, al poco tiempo perdía a ambos por una nueva línea que lo obligaba al radicalismo.
En 1927, Diego Rivera viajó a la URSS con la delegación mexicana que presenció los festejos del décimo aniversario de la Revolución de Octubre. Fue un invitado de lujo. Un intelectual burgués al que se agasajó para que a su regreso hablara bien de la Unión Soviética. Para ello, se le permitió permanecer en la URSS hasta mediados de 1928, se le ofreció un contrato para pintar un mural (que nunca se realizó), se toleró su cercanía con organizaciones de artistas cuyo vanguardismo era poco grato a la cúpula estalinista, y que de hecho serían proscritas pocos años después. Era un intelectual que hacía turismo revolucionario.
Los políticos soviéticos tenían otras cosas en qué pensar. A mediados de 1927, cuando llegó Rivera, Stalin estaba a punto de ganar definitivamente la lucha por el poder que había venido sosteniendo con Trotsky desde la muerte de Lenin. En la historia de la Unión Soviética, se conoce a Trotsky y a Zinoviev como "oposición de izquierda". A ésta la caracterizaba la fe en el internacionalismo revolucionario: la búsqueda de la revolución mundial que caracterizó al comunismo desde sus orígenes (se recordará: "proletarios de todos los países .."). Stalin, por el contrario, proponía la defensa del socialismo en la Unión Soviética: la consolidación del nuevo sistema "en un solo país". En segundo lugar la oposición de izquierda se quejaba de la lentitud en la industrialización del país, y proponía que ésta se emprendiera cuanto antes, vigorosamente.
Para deshacerse de los "izquierdistas", Stalin usó a Bujarin. Este último era partidario del pragmatismo. En materia agraria, estableciendo incluso alianzas con los campesinos que, como los kulaks, eran considerados "pequeño burgueses". En el plano internacional, defendía que los partidos comunistas se aliaran con las fuerzas, "progresistas" (esto es, no comunistas) de sus propios países. Rivera llegó a la URSS cuando la alianza entre Stalin y Bujarin estaba en su apogeo. La delegación mexicana para el X aniversario asistió a una reunión de la Internacional Campesina, la Kreskintern. Esta última era un organismo francamente secundario, pues la elite soviética no quería la conformación de un partido campesino independiente. Es dudoso que Rivera se haya percatado de esa desconfianza hacia los campesinos. Antes bien, durante el acto se habló de temas que debieron parecerle muy relevantes, como la confiscación de las grandes propiedades agrícolas, la distribución de tierras al campesinado, el derecho a la autodeterminación nacional, la lucha contra la guerra (es decir la defensa de la URSS) y la creación de gobiernos obreros y campesinos.
Era el apogeo de la "derecha" y sus temas. De la mexicana, Rafael Carrillo llegó a entrevistarse con Bujarin, que lo instó a la alianza con el gobierno de México. La delegación mexicana tenía inclinaciones agraristas, y no encontró motivos serios para pensar que esa alternativa, tan cara a la ideología de la izquierda mexicana, fueron poco gratas a las cúpulas soviéticas en formación. Otro pintor mexicano llegó a Moscú poco después que Rivera, por razones distintas. David Alfaro Siqueiros había pasado varios años organizando sindicatos mineros en Jalisco. No fue a la URSS como intelectual, sino como representante mexicano ante una organización muy importante: la Internacional Sindical, o Profintern. En el congreso de esta última, se promovió una política sindical contraria a la que defendía Bujarin: la creación de sindicatos o facciones "rojas" en los gremios controlados por la socialdemocracia y los reformistas: lo que se llamó "Frente Unido desde abajo" para distinguirlo claramente de la anterior alianza de los comunistas con cúpulas partidarias más moderadas. A mediados de 1928, cuando Rivera y Siqueiros regresaron a México, esa política facciosa era la que estaba por imponerse a los comunistas de todo el mundo. Stalin había usado a Bujarin contra la "oposición de izquierda", pero poco después se deshizo de él e impulsó políticas gratas a esta última: la industrialización, en lo interno: la radicalización en lo externo. Este nuevo golpe de timón llevó a la realización del primer Plan Quinquenal, mismo que permitió la cooptación de los profesionistas y universitarios que habían simpatizado con el trotskismo. Los opositores "de izquierda" fueron cooptados. Bujarin y sus partidarios, purgados del PCUS, comenzaron a ser llamados "oposición de derecha".
LAS MASAS SOSPECHOSAS
Durante su estancia en la URSS, Diego Rivera se la pasó discutiendo con sus amigos artistas del grupo de Octubre en particular con Sergei Eisenstein. No se percató del viraje que iba a sufrir el comunismo en todo el mundo. Había llegado a la URSS cuando la derecha estaba en la cúspide. Aunque ese triunfo iba a ser efímero, habría sido difícil percatarse, pues la caída de Bujarin se hizo pública hasta 1929. Siqueiros, por el contrario, no había ido a la URSS a pasearse, a exhibirse o a conocer artistas de vanguardia. No le prometieron, a Rivera, que tal vez podría pintar un mural en la patria del proletariado. No se esperaba de él que hiciera propaganda de la URSS de la misma manera que lo hizo, por ejemplo, John Reed. En cambio, gracias a su participación en la Profitern, Siqueiros pudo percatarse del cambio que se avecinaba, y fue su principal promotor en el Partido Comunista Mexicano. Siqueiros sí se enteró de que la nueva línea soviética era hostil al agrarismo y radical en materia de sindicatos.
Rivera regresó a México en 1928, ignorando o no dando la importancia debida a los vaivenes y matices descritos. A principios de 1929, apareció como vicepresidente del Bloque Obrero y Campesino, una organización apoyada por el PCM que postuló para la presidencia de la República a Pedro Rodríguez Triana. En su programa se hablaba de "asambleas de [...] obreros y campesinos", del "armamento de los campesinos", y de la "entrega de la tierra a los campesinos". Pero en mayo de 1929 el PCM expulsó a Úrsulo Galván, presidente del Bloque Obrero y Campesino (BOC). En julio se realizó un pleno del Comité Central que condenó al ex Secretario de Fomento, Ramón P. de Negri, hasta ese momento cercano al PCM y a Rivera. Había sido en buena medida gracias a De Negri que este Último había recibido el encargo de real izar sus frescos en Chapingo. También durante el pleno de julio se expulsó a los dirigentes de la Liga Nacional Campesina, de la que Rivera, antes de entrar al BOC, había sido personaje importante. El 27 de septiembre el partido expulsó por "oportunistas de derecha" a Diego Rivera, Luis G. Monzón, Enrique Flores Magón, Roberto Reyes Pérez, Federico Bach y Luis Vargas Rea.
En todo el mundo, los partidos comunistas habían recibido línea de separarse de sus antiguos aliados del "Frente Unido", de los "oportunistas de derecha", es decir de los social-demócratas. No había en México "reformistas" ni "socialdemócratas", pero los camaradas de Rivera encontraron a su equivalente en Plutarco Elías Calles. El Jefe Máximo de la revoluci6n se pintaba de rojo, agitaba banderas rojas y predecía horizontes proletarios ausentes de su práctica política. El callismo había sido aliado del PCM en el "Frente Unido", y Diego Rivera se jactaba de que cinco años antes, en 1923, él mismo había ofrecido a Calles el apoyo del PCM para su campana presidencial. Para abundar más, la retórica de la revolución mexicana era agrarista. Eso la hacía sospechosa para los comunistas que obedecían la nueva línea de la Internacional. Diego Rivera había participado en la dirección de la Liga Nacional Campesina y del Bloque Obrero y Campesino: así que el Partido podía encontrar, s i los buscaba, motivos para sospechar de él.
A Rivera no lo echaron del PCM por sus cercanías con el trotskismo. En 1929, Rivera no parece haber tenido un compromiso importante con esa corriente política: o al menos el Partido no sospechó nada por el estilo. Si así hubiera sido, no lo hubiera acusado de "oportunista de derecha", bujariniano, sino de "oportunista de izquierda", que era el epíteto reservado a los trotskistas. Lo que motivó su expulsión fue su cercanía con Calles (que él mismo se encargaba de subrayar y exagerar). Pero los pactos con Calles no habían sido del pintor sino del Partido al que pertenecía. Rivera no había cambiado ni traicionado a nadie: había cambiado el PCM: no lo castigaron lo purgaron Rivera no habría podido hacer nada para evitar un destino que compartieron con él comunistas prestigiosos de México y de todo el mundo. La razón para hacer purgas en el Partido no era algo que hubieran hecho los purgados: las purgas se hacían porque la vanguardia del proletariado no podía ser extensa, y deshacerse con frecuencia de un buen número de partidarios se juzgaba revolucionario y sano. En esto, como en muchas otras cosas, el Partido Comunista fue víctima de sus contradicciones. Su objetivo era organizar y encabezar un movimiento de masas, pero pretendía, para lograrlo, purificarse continuamente y expulsar a los sospechosos.
LOS RIELES Y LA LOCOMOTORA
Poco antes de comenzar la campana presidencial de Rodríguez Triana,
o tal vez al mismo tiempo, Rivera pintó una serie de frescos que
han sido vistos, con razón, como un manifiesto de su admiración
por la Unión Soviética, y al mismo tiempo de su decepción
de la revolución mexicana. El Corrido de la revolución proletaria
es una serie de diez tableros que está en el segundo piso de la
Secretaría de Educación Pública. Muestra una insurrección
obrera y campesina que triunfa rápidamente, toma el control de las
fábricas, castiga a los burgueses e inicia una nueva era de fraternidad
universal. Dicha transformación la encabezan varios personajes vestidos
de mezclilla. Aunque uno de ellos es moreno, hay otro blanco, pelón,
narizón, de ojos azules y que incluso lleva una boina con estrella
roja. Ese personaje, acentuadamente eslavo, le da a este mural un aspecto
soviético. La narración ocurre un poco en México y
un poco en todas partes, pero es una recreación libre de Diez días
que conmovieron al mundo, la crónica de la Revolución de
Octubre que hizo John Reed. En tanto que narración, sus recursos
formales se asemejan bastante a los que usó Eisenstein en su propia
versión del libro: Octubre (Eisenstein se encontraba en pleno montaje
de Octubre cuando Rivera visitó la URSS y se encontraron). Al hacer
esa película, el famoso director formuló sus teorías
sobre el montaje cinematográfico. En el cine, dijo, la narración
debe construirse sobre los contrastes: yuxtaponiendo imágenes incompatibles
(por ejemplo: un obrero ruso dirigiendo la revolución mexicana).
Y ahora podemos decir que es precisamente el principio del montaje, distinto del de la representación, el que obliga a los espectadores mismos a crear logrando así ese gran poder de animación creadora interior que distingue un trabajo emocionalmente interesante de otro que no pasa de informar o registrar acontecimientos.
Los murales de la SEP pueden considerarse propaganda del Bloque
Obrero y Campesino, y su campana por la presidencia. Rivera había
visto en la URSS los experimentos formales y constructivos de sus amigos
del grupo Octubre, pero había regresado convencido de que el arte
debía ser un instrumento de agitación para las masas, y sobre
todo, de que debía ser narrativo.
El tema es para el pintor lo que los rieles son para una locomotora. No puede funcionar sin él. De hecho, cuando él rehusa buscar o aceptar un tema, sus métodos plásticos y sus propias teorías se convierten en su tema. Y aun si los evade, él mismo se convierte en su tema de trabajo. Se convierte en un mero ilustrador de su estado de ánimo, y al tratar de liberarse, cae en la peor forma de esclavitud. Esta es la causa de todo el aburrimiento que emana de tantas grandes exposiciones de arte: un hecho comprobado una y otra vez por los más distintos temperamentos.
¿Cuál tema ? ¿Qué quería
narrar ? ¿Para qué necesitaba "una locomotora" ?
AMARGURA DE MANGOS HERESIARCAS
La izquierda mexicana, recuerda Barry Carr tiene orígenes anarquistas, y conserva hasta la fecha trazas de ese origen. El mural de Rivera deja ver una fantasía que habría dejado satisfecho a Ricardo Flores Magón: la de una revolución terrible, repentina y definitiva. A Rivera lo conmovió el fantasma que recorre todos los textos de la revolución bolchevique: el fantasma del anarquismo: el sueño de un nuevo Estado igualitario que se construiría desde las asambleas de los obreros en sus fábricas, eliminando a los profesionales de la administración. Como decía Lenin: "reduzcamos a los funcionarios públicos al papel de simples ejecutores de nuestras directivas". El modelo de esa estupenda fantasía era la Comuna de París. De ahí se iba a pasar como por cosa de magia, a un nuevo Estado de fraternidad universal donde, como decía el himno de los comunistas de todo el mundo: "la Tierra será un paraíso, patria de la humanidad", La huelga general iba a ser el principio de la insurrección, y ésta iba a ser el Milenio. En la agitación, las marchas y las huelgas, los comunistas iban a reconocerse entre sí como los futuros ciudadanos de la nueva Patria. Entonces, los hombres del mundo podrían mirarse, reconocerse y sonreír como niños, "Se trata -afirma Octavio Paz- de una verdadera visión en el sentido psicológico y en el religioso." "La Tierra será un paraíso..." de nuevo, porque se trataba de restablecer un estado originario. De ese edén se hablaba con moderación en los textos de doctrina, pero era obvio en los frescos de Rivera: como decía su amiga lone Robinson: "Si uno se guía por los frescos de Diego, el fin de todo es simplemente que todo el mundo se estrechará las manos y habrá aprendido a ser feliz compartiendo los mangos y plátanos de México".
Pero poco después de pintar estos frescos, Rivera fue expulsado anticipadamente de esa confraternidad de espíritus libres, a1umbrados proletarios y disidentes por consigna. Le estaría vedado el futuro proletario que, aseguraban sus profetas, sería traído en todo el mundo por las leyes inexorables de la Historia. Sería largo, para el espacio que tengo en estas páginas, narrar todas las vicisitudes que siguieron, los posteriores intentos de reingresar al PCM, las negociaciones de Rivera con los magnates norteamericanos para los que pintó sus murales en Estados Unidos, su gradual acercamiento al trotskismo. Para 1935, cuando terminó sus murales en la escalera del Palacio Nacional, Rivera ya había dado, ahora sí, muestras claras de su adhesión a Trotsky Pintó una insurrección, una nueva insurrección obrera, de nuevo encabezada por un obrero soviético, que tomaría la ciudad de México antes de dar paso a la revolución mundial. En el centro del mural, Marx apunta hacia el horizonte, donde amanece. Sí, pero...
El sol es de juguete. Marx apunta, como conviene, hacia la izquierda,
¡pero el obrero apunta hacia la derecha! Sus ojos están enrojecidos.
Tiene una mueca feroz y grotesca. Es una caricatura. La utopía no
iba a tener lugar. Rivera estaba decepcionado. Expulsado del Partido, sus
antiguos camaradas habían emprendido una campaña personal
contra él y contra su pintura. Y como les ocurrió a muchos
en los años treinta, a una gran confianza en el futuro le siguió
una inmensa amargura. Así lo había anticipado Thomas Craven:
El mexicano Rivera, un creyente profeso, ha repudiado últimamente (y echado de su casa) a su última esperanza en la Amenaza Roja: Trotsky. Según todos los testimonios, es un hombre triste y amargado. Tal vez, curado de su confuso pensamiento y de sus inclinaciones incendiarias, se convierta de nuevo en un artista: pintor de las experiencias de la vida mexicana que él conoce, y no propagandista de una falsa doctrina. Pero también es posible que sea incurable y anacrónico, que su trabajo de buena calidad haya quedado en el pasado, y que esté condenado a vivir en un mundo de incertidumbres: un maestro enfadado y caído, a disgusto en la atmósfera fétida de sus ídolos rusos y en la simple humanidad de su propio pueblo.
El subrayado es mío: "que esté condenado..." ¡y
a un mundo de "incertidumbres" ! A la falta de fe. El argumento es teológico.
La idea de que los artistas "'no deben tener convicciones políticas
de ninguna especie" esconde otra: que no hay libertad, sino predestinación:
que ni los artistas ni nadie tienen albedrío para elegir sus alternativas,
sino que éstas les son dadas: que tratar de alejarse de ese destino
es el más grave error: que la verdadera libertad consiste en admitir
la necesidad. La condena casi unánime contra Rivera se apoyó,
y aún se apoya, en la idea de predestinación.
Renato González Mello
Saber ver
Diego Rivera
Segunda época. No. 4
Noviembre-Diciembre 1999