VIVIR PARA LA PINTURA EN UN AMBIENTE LLENO DE TENSIONES
Después de residir dos años en Nueva York, en junio de 1928, Rufino Tamayo, en compañía de su amigo el músico Carlos Chávez, volvió a México. En medio de una coyuntura política, sacudida por escenas de violencia, sin dinero y debilitado por los padecimientos estomacales que lo aquejaban como consecuencia de la tensión nerviosa, Tamayo se hallaba preocupado por encontrar una manera razonable de mantenerse sin que esto mermara su productividad artística, A pesar de sus dolencias, una vez más, en esa ocasión también tuvo que resolver todo para sobrevivir: "A nuestro retorno, Chávez tuvo la fortuna de conocer a la señora Antonieta Rivas Mercado, quien estaba muy interesada en impulsar la cultura en el país. Como además tenía dinero, fundó la Orquesta Sinfónica y le confió la dirección de la misma a Carlos Chávez: entonces él ya se quedó aqui en México y parte de su triunfo se debió a que fue director de la Sinfónica y a que invitaba a músicos conocidos de todo el mundo: así se relacionó y tuvo éxito en su carrera. Yo, en cambio, me dediqué a dar clases."
Por aquellos días la rebelión católica, conocida como guerra cristera, estaba en pleno auge. Ya desde la presidencia de Álvaro Obregón, las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado eran tensas, pero en 1926 pasaron de la hostilidad al enfrentamiento armado. Ambos sectores se mostraban inflexibles: el gobierno estaba empecinado en hacer uso de la mano dura, mientras que la Iglesia buscaba recuperar el poder político y económico que antaño había tenido y perdió, como consecuencia de algunas medidas arbitrarias que instrumentó el gobierno. Aunque la lucha cristera tuvo mayor repercusión en el campo, el conflicto también estuvo latente en algunas de las capitales de los estados de la República. Luego de varios sucesos sangrientos, en el transcurso de 1929 el gobierno y los cristeros llegaron a un acuerdo de paz.
En el transcurso del otoño de 1928, puesto que Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Julio Castellanos, José Clemente Orozco y Manuel Rodríguez Lozano andaban deseosos de exponer sus más recientes obras, la revista Contemporáneos les ofreció ayuda para organizar una exhibición, la cual se realizó con la entusiasta colaboración de Antonieta Rivas Mercado. Intitulada Exposición de pintura actual, la muestra, que también incluyó piezas del difunto Abraham Ángel, fue inaugurada el viernes 7 de diciembre del mismo año, en un local del entonces popular pasaje América (calle Cinco de Mayo, número 7) de la ciudad de México.
La historia cotidiana, esa que pocas veces se conoce es, a fin de cuentas,
la que propicia detalles que, no por sencillos, son menos reveladores.
De nuevo, por medio de una misiva que Tamayo dirigió a Carl Zigrosser
en un inglés mediano, hallamos del pintor una huella que, perteneciéndole
por entero, ilustra mejor su manera de relacionarse:
México, 22 de enero de 1929Querido Sr Zigrosser:
Discúlpeme por no haberle escrito antes, pero verdaderamente he estado tan ocupado haciendo un trabajo para el gobierno y por supuesto, trabajando fuerte también en mi arte. Ocurrió que me necesitaban en la Escuela de Bellas Artes justo cuando iba a volver a Nueva York y como para mí indica algo bueno para el futuro, acepté, Por esa razón no iré allá este año.
Por favor déjeme saber cómo andan las cosas y si ha vendido lo suficiente para conseguir el dinero que usted me prestó (espero que usted no haya olvidado a mis buenos amigos en aquella maravillosa ciudad: quiero verdaderamente verles a todos muy pronto).Por favor déle mis saludos al señor Weyhe, el vendedor más sabio en América. Muy sinceramente suyo,
R. Tamayo
No cabe duda de que Tamayo tenía deseos de volver a Nueva
York, pero lo más seguro es que en ese momento no tuviera suficiente
dinero y menos para viajar al extranjero: también debió sopesar
su futuro inmediato y el beneficio que algún empleo en el gobierno
le podría redituar ya que: "A partir del l0 de marzo de 1929, recibió
del rector de la Universidad Nacional, Antonio Castro Leal, el nombramiento
de profesor de materias diversas para las enseñanzas de pintura,
escultura y grabado de la Escuela de Bellas Artes." Además, debe
haber tenido buenas razones como para quedarse un tiempo más en
México puesto que, al reincorporarse a las clases en la ENBA, conoció
a María Izquierdo, una joven pintora en ciernes que tomaba clases
en aquel centro. Entre ellos surgió de inmediato una fuerte relación
amorosa, alimentada por mutuos intereses artísticos e intelectuales.
Izquierdo y Tamayo compartirían sus vidas y sus búsquedas
pictóricas cerca de cuatro años.
Rufino vivía para su pintura, eso es indudable. Pero además, efectivamente, en ese entonces tenía que pintar y mucho, puesto que estaba próximo a abrir una exposición individual. El domingo 20 de octubre de 1929 inauguró su exhibición en la Galería de Arte Moderno -la primera galería oficial, que ocupaba uno de los vestíbulos del Palacio de Bellas Artes-, dirigida por Carlos Mérida y Carlos Orozco Romero. La muestra estuvo abierta hasta el 3 de noviembre. Presentó 30 obras entre óleos y dibujos realizados en los dos últimos años: Arreglo de objetos, Relojes, Frutas, Zepelín, Aviador Niño y Retrato fueron algunos de los cuadros exhibidos.
Entretanto, en su primer número (abril de 1930), la revista Nuestra Ciudad además de editar varios artículos que criticaban el desorden que se estaba provocando por el descuido en el crecimiento metropolitano, también cedió un espacio amplio a las actividades recreativas y a todas las manifestaciones de la vida intelectual y artística que se desarrollaban en la urbe mexicana. Con respecto a la muestra de Tamayo en la Galería de Arte Moderno, Nuestra Ciudad presentó una reseña de la exposición, a la que consideró como una de las más importantes de la época ya que, según la revista, en un cálculo aproximado -extraído del libro de firmas que estaba a disposición del público-, habría sido visitada por alrededor de 25 mil personas. El pequeño artículo también atestiguó que, por "lo avanzado" de la pintura expuesta, se registraron enconadas discusiones que trascendieron hasta las columnas de los periódicos. Conjuntamente, se acotó que en dicha muestra Tamayo vendió dos cuadros.
En el mismo número, Nueslra Ciudad comentó la exposición de María Izquierdo, la cual había sido inaugurada el 6 de noviembre de 1929 en la Galería de Arte Moderno. Entre varios pormenores, la nota señala que Diego Rivera escribió la presentación para el catálogo. Asimismo, se informó que, a partir de los datos tomados del libro de firmas, se calcula que alrededor de 10 mil personas visitaron la muestra, que contó con mucha publicidad debido a la simpatía de la expositora.
EL AMOR
En 1928, María Izquierdo de Posadas -nacida en San Juan de los Lagos, Jalisco, en 1902- tenía tres hijos: Carlos, Amparo y Aurora: para entonces ya estaba separada de su esposo, Cándido Posadas. Un año antes, Izquierdo había ingresado a la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) para estudiar pintura. Según declaró Tamayo, justamente hacia fines de 1928 conoció en la ENBA a Izquierdo. Él frecuentaba el lugar como su medio natural, ya que era profesor en dicha escuela. La presencia de María Izquierdo se empezó a reflejaren la iconografía que ya para 1929 preludia otra etapa en la obra de Tamayo, puesto que, aunque él aún realizaba cuadros con influencia de la pintura metafísica, comenzó a mostrar retratos de personas cercanas a él. Por ejemplo, Las niñas (óleo, 1929) no son otras que las dos pequeñas hijas de Izquierdo. Ese mismo año Tamayo también pintó Pareja, un óleo en el que aparece junto a la pintora. A partir de 1929 y hasta 1933, cuando terminó su relación con María Izquierdo, varios desnudos de ella, llenos de sensualidad. Por censura de OIga Tamayo, mientras ella vivió, en México no se pudieron ver dichos cuadros. No fue sino hasta 1995 cuando el Centro Cultural Arte Contemporáneo incluyó varios de aquellos desnudos en la muestra Rufino Tamayo, Del reflejo al sueño: 1920-1950.
Con respecto a la relación entre ambos pintores, se cae en un malentendido cuando se menciona que Tamayo asimiló la pintura de Izquierdo. En todo caso, de una y otra manera, en ambas obras se percibe manifiestamente el influjo que cada uno vertió sobre el otro. Pero también vale recordar que, para empezar cuando Izquierdo y Tamayo se conocieron, él llevaba cerca de 12 años pintando y era obvia la calidad técnica que había logrado. En su producción se distinguían varias etapas y además, él ya tenía cierto reconocimiento tanto en México como en Nueva York, mientras que Izquierdo apenas en 1927 inició sus estudios pictóricos.
Alrededor de 1928, la pintura de Izquierdo estaba marcada por un estilo prácticamente impersonal, A partir de su noviazgo con Rufino Tamayo, muy pronto ella asimiló las enseñanzas de éste e incursionó en un camino en el que las imitaciones ya no tendrían lugar Sus composiciones de objetos con un estilo naïf particular empezaron a sobresalir más allá de la mera curiosidad grácil. En un lapso vertiginoso, Tamayo pondría a su disposición todos sus conocimientos: "la adiestró en el manejo del gouache, técnica que se avino con su talento pictórico".
Con inteligencia el la adaptó, a su manera, lo que más le interesó. los colores y los volúmenes, pero igualmente mejoró su forma de usar el óleo. "Izquierdo adopta la pasta espesa, el espatuleado que da cuerpo al óleo, la gama de tonos oscuros, grises, tierra y ocres que resaltan, por contraste, con algunas manchas esparcidas de color vivo. La densidad de la pintura es en sí un volumen que proporciona su dimensión al cuadro y lo vuelve algo más que una simple representación planimétrica."
En poco tiempo María Izquierdo a brillar con luz propia. Se le verá feliz al lado de Tamayo. Un domingo de 1929, juntos, visitaron a Diego Rivera en Cuernavaca, mientras éste pintaba el mural al fresco en el Palacio de Cortés. En esa oportunidad conocerían al poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, quien se hallaba de paso en México. Aquella primera conversación fue breve -apuntó Cardoza y Aragón- porque Tamayo e Izquierdo se despidieron pronto. El poeta desconocía su obra. Pocos años después, entre Tamayo y Cardoza y Aragón surgiría una amistad entrañable.
El espíritu gozoso de María Izquierdo se expandió en la obra de Tamayo. A partir de 1929 empezó a pintar el mundo que ella tanto amaba: el ambiente de las carpas y los circos. Desplegó notablemente en sus telas la alegría y la pasión que ella le inspiraba. Posteriormente, en los pocos años que convivieron, juntos incursionaron en determinadas corrientes plásticas que atrajeron a los dos, principalmente el surrealismo y el expresionismo.
En cuanto a la iconografía que prevaleció en las obras de Izquierdo y Tamayo en el periodo de su relación, destacan los ambientes propios de los circos y las carpas. Con insistencia aparecen trapecistas, bailarines, caballos y un buen número de desnudos, todo plasmado por lo regular en atmósferas oníricas. Las metáforas visuales delos dos artistas delatan cómo, hasta cierto grado, estaban fundidos el uno en el otro. Sin embargo, a pesar del recio amor que los unió, aquella cohabitación nunca dejó de ser provisional. Esto último quizá desacreditó socialmente a María Izquierdo, pues entonces la sociedad mexicana aún estaba regida por normas discriminatorias que negaban la autonomía y los derechos más elementales de la mujer -por ejemplo, votar en sufragio universal-. Aunque su vida transcurría sobre todo en el medio artístico, que por antonomasia se identifica con la libre expresión de la persona, en cierta manera Izquierdo debió padecer la moralina de la sociedad y, muy probablemente, hasta los reclamos de su familia. Sólo una mujer osada podría haberse enfrentado a los retos que María Izquierdo tuvo que encarar para defender su libertad: separarse del esposo y hacerse cargo de sus tres pequeños hijos, alcanzar un lugar sobresaliente como pintora y vivir en unión libre con Rufino Tamayo. Las reflexiones que Izquierdo plasmara en un diario inédito iluminan su experiencia ante la sociedad, pero también su mundo interno: "Es un delito nacer mujer. Es un delito aun mayor ser mujer y tener talento."
Aurora Posadas Izquierdo, una de las hijas de María Izquierdo, era aún una niña cuando la pareja de pintores compartía la vida cotidiana. Aurora reconstruyó la sustancia de la vida diaria de aquellos días: "Continuamente, Tamayo nos regalaba muñecas y aunque ha pasado mucho tiempo aún tengo presente que tanto a mi mamá como a él les gustaba hacer fiestas para la temporada de las posadas. Nunca supe cómo era que Tamayo lograba elaborar unas canastitas con la cáscara de la naranja: se veían muy bonitas porque les ponían papel de china y las llenaban de dulces. Él era muy cariñoso con nosotras. yo era pequeña, pero me daba cuenta que Tamayo tenía manos bonitas y cuidadas. Muy seguido, mi mamá y Tamayo nos llevaban a ver los espectáculos de los circos."
Manuel Álvarez Bravo Martínez, hijo de los fotógrafos Manuel y Lola Álvarez Bravo, rememoró que, siendo muy pequeño, sus padres lo llevaban a visitar a María Izquierdo y a Rufino Tamayo. Hacia 1932, el entonces niño Manuel llegó a posar para Tamayo; otras veces también lo hizo, según recapituló, en compañía de los hijos de Izquierdo. A propósito de la época, aún existen dos fotos que Manuel Álvarez Bravo le tomara a su hijo en compañía de Tamayo. Para la ocasión, recordó Manuel (hijo): "Tamayo y yo nos disfrazamos con un aspecto bohemio muy cursi que entonces estaba de moda en Argentina, el cual básicamente consistía en el peinado que iba muy engominado."
Al comenzar 1931 , antes de volver a intentar suerte en Nueva York,
Tamayo se cambió a un apartamento en la plaza de Santo Domingo,
en el corazón del centro histórico de la ciudad de México.
Recordando aquellos años en su autobiografía, Luis Cardoza
y Aragón escribió:
La plaza de Santo Domingo es prócer aún. No la han vejado, afortunadamente. En los portales, en un segundo piso, trabajaban María Izquierdo y Rufino Tamayo. En la obra de ambos, en este tiempo, hay una lejana semejanza aparente en el tratamiento de algunos temas afines o comunes a los dos pintores. María tiene la extraña gracia de la gran sensibilidad con incompetencia de oficio. Artaud escribió sobre ella. Pronto las dotes de Tamayo fueron expandiéndose y afinándose. De entonces son algunas de sus obras insólitas, óleos y gouaches. María murió en 1954. Hacía décadas se habían separado.
OTRO INTENTO EN NUEVA YORK
Pese a que el panorama estadounidense aún era desesperanzador puesto que el sistema financiero seguía aplastado, intentando abrirse camino en el extranjero, en los primeros meses de 1931 Rufino Tamayo viajó por segunda ocasión a Nueva York.
En abril del mismo año, la John Levy Galleries de Nueva York inauguró conjuntamente dos exposiciones individuales, una de Rufino Tamayo y la otra de Joaquín Clausell, respectivamente. La muestra constituyó la segunda parte del ciclo Mexican Month organizado por Frances Flynn Paine. Ampliamente, la prensa informó sobre las dos exhibiciones abiertas al público en el número 1 de la calle Este 57. Aunque las notas periodísticas elogiaban las cualidades pictóricas de Tamayo, en lo económico el resultado previsiblemente fue casi nulo: Tamayo sintetizó la experiencia afirmando: "Me fue peor que la primera vez."
En 1929, una pesadilla sin precedentes opacó a Nueva York: la bolsa de valores descendió a los niveles más bajos. En poco tiempo, el llamado crack de la economía acabó con la prosperidad de millones de personas en todo el país. Dos años después de la gran crisis, muy pronto Tamayo se enfrentó con los coletazos de la pobreza, al grado de sentir en carne propia los latigazos del hambre. Después de varios meses de vivir bajo régimen de pura sobrevivencia, Rufino estaba debilitado: su salud había empezado a enviarle señales de alerta: "Me sentía fatigado, quizá por la falta de alimentos", declaró. Realmente Tamayo no tenía por qué padecer aquel calvario: sin embargo, no contaba con dinero para costear los gastos y regresar a su país: "Con el producto de varios préstamos logré reunir lo suficiente y volví a México."
DE REGRESO A MÉXICO
Ya en casa, realizó la portada y las viñetas para el "Cancionero mexicano", un número especial que publicara aquel año la revista Mexican Folkways, editada por la periodista estadounidense Frances Toor. La publicación estaba especializada en arte, arqueología, leyendas, fiestas y canciones populares de México. Con edición bilingüe y trimestral, el primer número de Mexican Folkways apareció en junio de 1925. sobrevivió por más de una década. Diego Rivera era el director artístico: entre los colaboradores destacan Pablo González Casanova, Salvador Novo, Alfonso Caso, Rafael Heliodoro Valle, Miguel Covarrubias y Rufino Tamayo.
Con relación a los empleos que Tamayo desempeñó, erróneamente se le ha mencionado como parte de "un consejo de cuatro para las Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública", cuando en realidad, según su propio testimonio: "El consejo de Bellas Artes, efectivamente, estaba formado por cuatro personas, pero esto se refería a los jefes de los programas de enseñanza de las escuelas primarias. Cuatro eran los jefes porque pertenecían a igual número de áreas que comprendían, música, teatro, danza y pintura. En 1933 yo me desempeñé como jefe de la sección de pintura del Departamento de Bellas Artes. Eventualmente, nos reuníamos con el secretario de Educación Pública, Narciso Bassols: entonces se acostumbraba decir que el consejo de cuatro se había reunido. El mal llamado 'consejo de cuatro' también se ha confundido con la ATA (Asociación de Trabajadores del Arte), de la cual fui representante, aunque la asociación sólo agrupaba a otras tres personas: Carlos Mérida, Manuel Álvarez Bravo y María Izquierdo. La ATA surgió en 1933 y duró unos cuantos días: eso porque las autoridades de la Secretaría de Educación pronto resolvieron nuestra única demanda, que consistía nos restituyeran la plaza que se nos había quitado, puesto, que éramos mal vistos por 'artepuristas', como solían 1lamarnos. Debido a que varios artistas se enteraron de que íbamos a formar la asociación, nos llamaban el grupo de los cuatro: con el tiempo eso se confundió con el 'consejo de cuatro', que ya expliqué en qué consistía."
1933, UN AÑO DECISIVO
En 1933, Rufino Tamayo y Salvador Novo, en compañía de otros artistas e intelectuales, viajaron a Guadalajara y visitaron el Hospicio Cabañas: la arquitectura del imponente edificio colonial llamó la atención de los recién llegados: "Tamayo se entusiasma y querría quedarse allí, a pintar las paredes", escribiría Novo. Al respecto, el historiador del arte Renato González Mello apuntó: "Si Tamayo hubiera convencido a Novo, y ambos hubieran convencido a Narciso Bassols, Secretario de Educación Pública, que encabezaba el viaje, tal vez Orozco no hubiera realizado su obra maestra E1 hombre en llamas."
Los documentos lo confirman: Tamayo había seguido insistiendo frente a las autoridades respectivas en su petición de que se le comisionara oficialmente para pintar un mural en alguno de los edificios públicos. Hacia 1933, la coyuntura política de cierta manera le era más favorable: a la cabeza de la Secretaría de Educación Pública estaba Narciso Bassols, un político y funcionario público con buenas intenciones que, en su afán de dar educación a todos los mexicanos por igual, puso en vigor la llamada "escuela socialista". Bassols no ocultaba su simpatía por algunos de los miembros de Contemporáneos, en especial por el brillante Salvador Novo. Además, a fines de los años veinte el muralismo estaba prácticamente en receso: Rivera, el máximo adalid del movimiento, era el único que aún recibía encargos oficiales, como los murales sobre el arribo de Hernán Cortés al Nuevo Mundo para el Palacio de Cortés en Cuernavaca, Morelos (patrocinados por el embajador estadounidense Dwigth W. Morrow), y otros murales para el Palacio Nacional. Asimismo, el control gubernamental recrudecido durante el mandato del general Plutarco Elías Calles y el periodo posterior conocido como el maximato (durante el cual Calles siguió gobernando a través de los presidentes Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez respectivamente), provocó que, a lo largo de diez años (1924-1934), en respuesta al dominio del Estado, las organizaciones populares -encabezadas por el Partido Comunista Mexicano que, habiendo sido declarado ilegal por el gobierno, pasó a la clandestinidad desde 1929 hasta 1934- reforzaran sus métodos de lucha, radicalizándose la relación entre los dos sectores.
En ese contexto, en 1933 Tamayo recibió la respuesta que tanto había deseado: por fin el gobierno lo comisionaba para pintar un mural, su primer mural.
Con la técnica del fresco, en el curso de 1933 Tamayo pintó El canto y la música en el cubo de la escalera de la Escuela Nacional de Música en la calle de Moneda número 16, de la ciudad de México. En el mural (una representación metafórica de la música, para la cual se inspiró en varios personajes femeninos de rasgos mestizos y piel morena en actitud de cantar o tocar diferentes instrumentos musicales) restaurado hace pocos años, Tamayo construyó figuras monolíticas pigmentadas con una gama de colores terrosos, óxidos y grises, propios de su paleta en aquel momento. Ese primer mural, que en sus características formales guarda estrecha relación con su obra de caballete, despertó múltipIes y encontradas opiniones: de las querellas dieron cuenta los diarios capitalinos de la época.
Al tiempo que Tamayo realizaba su primer mural, conoció a la pianista OIga Flores Rivas Zárate, hija de un militar porfirista nacido en Zacatecas. Olga tenía entonces 25 años y según los diarios de la época, destacaba por su talento. Las crónicas que entonces publicaba la prensa mencionan que por sus aptitudes la joven artista estaba considerada como una intérprete con gran futuro. De aquel encuentro el maestro recordó: "Al principio OIga llegaba a burlarse de 'los monos tan horrendos' que yo hacía, luego fue comprendiendo mi obra." OIga y Tamayo se hicieron muy buenos amigos: rápido pasaron a un noviazgo de poco tiempo porque, unos cuantos meses después, OIga, según afirmaba ella, le propuso matrimonio al pintor. "Rufino aceptó de inmediato", contó OIga Tamayo, con su peculiar aire de picardía.
La relación con OIga Flores Rivas llevó a que Tamayo concluyera el vínculo que mantenía con María Izquierdo. Aquel rompimiento fue tan apasionado que trascendió hasta las oficinas de la Secretaría de Educación Pública, en donde algunos testigos presenciaron cómo Izquierdo y Tamayo terminaron su relación violentamente. En algunas de las obras del pintor resaltan ciertos cuadros que muy probablemente pintara durante el desenlace con Izquierdo: dichas piezas demuestran el sombrío tránsito que atravesaba Tamayo. La obra que ejecutara María Izquierdo en ese momento también quedó marcada por el abisal dolor que le debió causar la separación.
Tamayo amaba a OIga y cuidaba de ella aun en los detalles de sus comentarios. Cierto día le formulé al artista algunas preguntas acerca de su unión con María Izquierdo. Al principio, nervioso y sonrojado, afirmó que aquella "había sido la estricta relación que se da entre un maestro y su discípula", a lo cual le respondí que Luis Cardoza y Aragón aún recordaba la tarde en que se conocieron, allá por 1929, así como la gran amistad que los unió desde principios de los años treinta, cuando el poeta guatemalteco estableció su residencia en México, y que incluso aquellos recuerdos estaban plasmados en la autobiografía de Cardoza y Aragón, EI río. Novelas de caballería, en la cual menciona algunos datos respecto al enlace amoroso de Tamayo con la pintora. Rufino Tamayo escuchaba atento, mientras estiraba el cuello como queriendo corroborar que nadie más nos escuchaba. Respondió profusamente. Días después le 1levé la entrevista transcrita, Después de leerla, con delicadeza extrema dijo: "Mire... yo confío en usted.., ¿comprende?.. creo que sería mejor .. ¿me entiende?.. son cosas del pasado, cosas que con el tiempo se borran... sin embargo, OIga nunca pudo olvidar los comentarios que gentes malas y envidiosas le llegaron a decir de aquella relación con María Izquierdo. OIga es como mi otra mitad, yo no podría hacer algo que a ella la hiciera sentirse incómoda." Aunque las revelaciones de Tamayo en relación con María Izquierdoa nadie podrían ofender a más de cincuenta años de la ruptura con ella, por respeto, incluso a los hijos de la artista, él prefirió que su testimonio no se revelara.
Luego de escuchar su petición, intenté persuadirlo de que me permitiera reproducir algún día aquel diálogo. Su respuesta fue convincente: "Para OIga, cualquier alusión a María Izquierdo siempre representó un abismo. Es que le hicieron mucho daño con eso. La realidad es que Oiga vería como una traición de mi parte que se publicara algo así y aunque entiendo que no se publicará pronto, de todas formas creo que sería poco delicado de mi parte optar porque se conozca esto que dije, aunque ni OIga ni yo estemos vivos. ¿No le parece?" Fiel a la promesa que le hice de respetar su voluntad, me abstengo de reconstruir aquel relato: sin embargo, justo será añadir que, por las propias palabras de Tamayo, para él, "como mujer y como pintora, María Izquierdo fue muy valiosa".
Ingrid Suckaer
Saber ver
Rufino Tamayo
Segunda época. No. 1
Mayo-Junio 1999